EL LEVANTAMIENTO DE LAS PASIONES
MEDIO PARA LA OBTENCIÓN DEL PODER POLÍTICO.
La mitificación de la revolución es una actividad frecuentemente desempeñada por aquellos personajes históricos que han alzado la voz con objeto de concentrar fuerzas independientes que desencadenen su eterna amada. El camarada León Trotsky o el Che Guevara constituyen dos ejemplos de perseguidores incansables de una revolución permanente. Dedicaron sus vidas a la causa; el primero, entre otras actividades de índole intelectual y política, encabezó el Ejército Rojo y, el segundo, abandonó su país de origen para cooperar con un caudillo revolucionario en su empresa de instaurar otro régimen político. Ambos arriesgaron un sosegado paseo vital por un cambio social del que estaban absolutamente convencidos y del que en la actualidad solo constan fracasos, aunque no fracasos para todos.
La revolución es la causa, es la idea y, para llegar hasta ella, uno de los pasos en el proceso -una vez que las condiciones son propicias- es despertar las pasiones de los ciudadanos, reunirlos, organizarlos y formarlos como un hombre masa; como un colectivo cuya fuerza pueda destruir un orden concreto de la sociedad civil y establecer otro. Veamos este desarrollo en palabras de Trotsky en el prólogo de La Historia de la Revolución Rusa: "La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita [...]. Han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales, independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección".
Una situación de crisis económica y social es el caldo de cultivo para el levantamiento de una nación, para que un demagogo con fines dictatoriales propague que la solución a las problemáticas reside en una figura o un organismo (Estado) como Gran Hermano. En palabras de Mussolini "Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado". El siglo XX ha quedado atrás, pero continúa presente en la memoria histórica, lo que desencadena que la táctica de la adquisición del poder, aún siendo la misma, ha de adoptar vestimentas distintas.
El discurso comunista o fascista ya no exaltan emociones en una población mínimamente culturalizada. La semilla del enfrentamiento no se consigue mediante la exposición de antagonismos <<ricos>> vs. <<pobres>>, sino mediante la negación de la realidad y la creación de nuevos enfrentamientos <<hombres>> vs. <<mujeres>> o <<blancos>> vs. <<negros>>. Misma táctica, distinto traje. Mas, esto no quiere ser un manifiesto en contra del cambio y la reforma, sino un llamamiento a la prudencia ante las decisiones que tomamos como sociedad civil, una invitación a la desconfianza del discurso político, que tiende a la tergiversación del lenguaje y, sobre todo, una incitación a la reflexión.

