PRESA
Te pasas el día esperando que llueva ahogado en un calor sofocante, cuando de pronto ves que el cielo está tan oscuro que va a estallar. Sales a fuera a embriagarte de olor a tierra húmeda y dejarte empapar por las frías gotas que caen sobre tu piel.
Sonríes.A pesar de que el calor sigue ahí.
Porque eres consciente de que todo está vivo todavía.
Cierras los ojos y saboreas los pellizcos de música que ofrecen las gotas de agua en contacto con toda superficie. Asomas la cabeza y miras hacia arriba, buscando presenciar una preciosa vista, como la que crean los copos de nieve. Pero este agua pasa desapercibida antes tus ansiosos ojos. Posas tus pies descalzos sobre los jóvenes charcos y disfrutas del frío que penetra tu piel, dando vida a un viajero escalofrío que eriza cada vello.
Y de pronto una luz destellante llama tu atención.
Tus ojos buscan el origen de la explosión y la encuentran a la vez que un abrumador estruendo llega a tus oídos.
Corres hacia adelante para ver con más claridad aquello que desprende esa brutal energía, y desolada compruebas que no solo el cielo arde en los atardeceres de los días anteriores, sino que lo que antes era verde, ahora es rojo y crea nubes grises.
Tiemblas.
Ya no sonríes.
La alegre sensación de contemplar la vida se torna en un nervioso sentimiento de desesperanza.
Fugaz.
Así es todo.
De un momento a otro todo puede desvanecerse.
Y a pesar de que lo ves lejano.
A pesar de que no sientes el ardiente calor desde esta distancia.
El miedo te llega igual.
Y tu estómago se estremece, pensando en las vidas arrebatadas en un segundo.
Vidas corriendo, luchando.
Otras inertes, rindiéndose a su fatal destino.
Y valoras, entonces, que la vida termina.
Que no somos nada.
Que somos pequeños.
Que la grandeza inventada no es más que una sensación de alivio para el día a día, pero que se desvanece en manos de fuerzas mayores.
Somos hormigas en un mundo de gigantes.
Y los gigantes no tienen piedad.
Ni la merecemos.
Nosotros hemos enfadado a los gigantes.
Ahora lanzan sus brillantes venas a través del infinito cielo gris, señal de su rabia.
Hacen temblar los cimientos y nos recuerdan que nosotros somos los causantes de los mismos horrores que acabarán por destruirnos.

